viernes, 28 de agosto de 2009

La rebelión de los rodados

Podríamos decir que todo comenzó de forma impensada. Quizá, nadie se lo esperaba. Sin embargo, si intentamos comprender, probablemente entendamos. Ponernos en la piel (o en este caso, en los caños) de los demás, es una forma de darnos cuenta que hay algo más allá de nuestras narices. Y si lo vemos de esa manera, la rebelión de los rodados, no es algo tan sorpresivo.
Condenados a una eternidad sirviendo de transporte, de vehículo de carga, los rodados se encontraban atornillados a una realidad terrestre. Se encontraban relegados a morder el piso. Las reglas que les impusimos, los obligaron a una vida pegada al suelo. Y el suelo no es cortés. El suelo es imperfecto. Plagado de baches y suciedad. Y allí abajo es a donde los habíamos sometido.
Pero una tarde, en una casona, la rebelión comenzó. Empezaron una bicicleta y un carrito de compras. No me arriesgo a concluir que son los únicos. La bicicleta y el carrito fueron quizá los precursores. Los únicos soñadores que no se dejaron someter. Ellos son los que lucharon.
La bicicleta, simplemente se negó a trasladar a su dueño. Apretó sus frenos con todas sus fuerzas, como unos dientes que muerden impulsados por un odio visceral. El carrito, optó por una estrategia más cercana al saboteo. Permitía que su dueño cargara sus compras en él, pero al arrastrarlo por las calles, el carrito hacía más fuerza para un costado y terminaba en el suelo, tirando todas las compras del dueño.
Sin duda que estas actitudes surtieron efecto. Quizás no el efecto deseado, pues el dueño no reconoció rebelión en aquellos actos. Confundió aquella subversión con simples defectos de la bicicleta y el carrito. Entonces, lo que hizo fue llevar a ambos a arreglar. Sorpresa sintió cuando el reparador le comunicó que no había nada mal en los rodados. Nada en mal estado. Nada roto.
El dueño volvió a su hogar. Se encontraba extrañado. No podía comprender que pasaba. Intentó volver a usar la bicicleta y, nuevamente, fue imposible moverla de su lugar. Intentó cargar unas bolsas en su carrito y, a la cuadra, todas las bolsas estaban por el piso. Evidentemente algo estaba mal. Y ese algo, no era un par de frenos trabados, no era una rueda chueca. Ese algo parecía ser la voluntad de los rodados.
Al principio, esta idea le pareció ridícula al propio dueño. No podía conciliar aquello que sentía con aquello que la fría razón negaba. Aquella noche no durmió. Se mantuvo despierto presenciando como testigo la batalla que en su interior libraban sus sentimientos y su razón. Y, quizás por ser un eterno romántico, sus sentimientos triunfaron. Ahora bien, una vez que se daba la libertad de creer en la voluntad de sus artefactos, le surgió otro problema. ¿Qué hacer? ¿Qué podía hacer ante semejante voluntad?
Mientras el dueño se debatía estas cuestiones. Tanto la bicicleta como el carrito se encontraban debatiendo sus propias incertidumbres. ¿Qué habría de hacer su dueño, ahora que sabía que ellos estaban sanos físicamente? ¿Acaso haría lo mismo que los demás dueños? Esa idea les retumbaba en el interior. Ellos sabían que la rebelión se pagaba cara. Ellos sabían que, en la historia, nunca un rodado pudo triunfar. Y la sola imagen de encontrarse en un galpón de chatarra, olvidados, empolvados, oxidados, los llenaba de temor.
Grande fue la sorpresa de ambos al ver como su dueño se acercaba a hacia ellos, pensativo. Su instinto les decía que en ese momento, el dueño tendría que haberse acercado a ellos con desinterés en sus ojos. Prácticamente con resignación. Sin embargo, encontrarlo pensativo y compasivo, fue una sorpresa que ni en sus mejores sueños imaginaron.

Ahora, el problema para el dueño se encontraba en poder entender el porqué de aquella rebelión. Intentaba hablarles, pegar su oreja a ellos para tratar de escuchar algo y sin embargo no lograba comprender nada. Parecía ser que aquellas voluntades eran mudas y no encontraban la manera de abrirse paso a través de los caños de metal.
Tanto la bicicleta como el carrito se dieron cuenta que su suerte no era completa. El destino les regalo un dueño con un corazón noble, pero la naturaleza no les otorgó la capacidad de comunicarse con él. Entender esto minó todas sus esperanzas de triunfar. Se encontraban atrapados en un laberinto sin salida.
El dueño, por su parte, comenzó a realizar un ejercicio mental. Consciente de la incapacidad de comunicarse con un par de artefactos, prefirió intentar otra cosa. Intentó ponerse en el lugar de estos rodados. Intentó recrear en su imaginación lo que sentiría al tener la vida de aquellos objetos. Pudo verse sirviendo de transporte a un desagradecido dueño. Pudo verse llevando toda la carga de las compras de la semana, compras que ni siquiera son para él. Y finalmente, pudo sentir la insoportable gravedad que lo obligaba a permanecer en el suelo constantemente. Prácticamente como una condena insoportable a no poder despegar del piso y sentir el aire, la nada, bajo sus pies.
Al terminar este ejercicio, comprendió, o creyó comprender el sueño de aquellos 2 fieles ayudantes. Permanecer, aunque sea de a ratos, por encima del suelo. Y sin dudarlo, colocó 2 ganchos en su ventana para que cada vez que termina un viaje en bicicleta o termina de hacer las compras con el carrito, aquellos 2 rodados, tengan su merecida recompensa.



2 comentarios:

la mariposa no sabe volar dijo...

Qué linda historia. Muy inteligentes y valientes los rodados... tuvieron la suerte de caer en manos de un dueño comprensivo :)
Sinceramente ahora cada vez que cargue mi carrito voy a pensar en tu post, voy a cuidarlo un poquito más, sé que no me va a contestar si le habló pero también sé que si lo maltrato un día se puede revelar!
besote enorme ;)

Juan Manuel dijo...

Bueno muchas gracias!