Estaba sólo. Completamente sólo. El sol le daba de lleno en la cara. Y sin embargo sus ojos no brillaban. Estaba sentado en una esquina. En el escalón de un local.
No se movía. Ni él, ni una extensión de él. Todos sus pelos permanecían estáticos. Prácticamente inmóviles.
A su alrededor, todo se movía. Todo cobraba vida. Incluso las cosas. Hasta las baldosas parecían moverse. El sol parecía contagiar vida a todo lo que tocaba.
Pero él era un punto fijo. Un punto fijo inmerso en el caos. Alejado de todo. Ajeno a todo. Sólo. Completamente sólo.
Siempre miramos para otro lado.
miércoles, 7 de octubre de 2009
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