Al terminar la función, todavía con los sentidos un poco alborotados, me dirigí caminando hacia la avenida. Instantáneamente noté como el foco de mi atención había abandonado su antiguo centro, la visión, para pasar a ubicarse en el oído. Mi concentración se dirigía a cada ruido que mi oído captaba. Pasos, llaves chocando entre sí, extractos de charlas callejeras. Cada sonido era percibido de manera muy consciente.
Esas cuadras caminando fueron una orquesta. Sin embargo, donde antes había imaginación, ahora había realidad. Es decir, antes, cada ruido me llevaba a una construcción imaginaria de su forma. Y ahora la construcción estaba delante de mí. Y yo no era partícipe de esta realidad. O al menos, no era el creador. No era quien le daba la forma sino, nada más, un simple observador. La oscuridad permitía otra realidad. Una realidad donde no había absolutos. Porque, ¿quién puede ser absoluto con algo que no puede ver?
Entonces, podríamos decir que la luz es absolutista. Que en el lugar donde hay un árbol y podemos verlo, ese árbol es tanto o tan poco como nuestros ojos nos permiten. Mientras que la oscuridad es más flexible. La oscuridad nos permite construir ese árbol de la manera que queramos. Quizás, negar la razón es más fácil cuando la razón no tiene nada de que agarrarse. Cuando la vista, su aliado, pierde todas sus capacidades.
No lo sé. Todavía no tengo nada en claro. Por lo pronto, aprendí a dejar ir ciertas cosas. O por lo menos a olvidarme de ciertos sentidos. Optar por apagar la luz un rato y despegarse de todas las estructuras que te atan a la realidad. A esa realidad que no es más que el reflejo de la luz en las cosas. Porque al fin y al cabo, la realidad es eso. El reflejo de la luz sobre las cosas. ¿Acaso alguien sabe como son las cosas, cuando no reflejan luz? No sé, vamos a imaginar.
Esas cuadras caminando fueron una orquesta. Sin embargo, donde antes había imaginación, ahora había realidad. Es decir, antes, cada ruido me llevaba a una construcción imaginaria de su forma. Y ahora la construcción estaba delante de mí. Y yo no era partícipe de esta realidad. O al menos, no era el creador. No era quien le daba la forma sino, nada más, un simple observador. La oscuridad permitía otra realidad. Una realidad donde no había absolutos. Porque, ¿quién puede ser absoluto con algo que no puede ver?
Entonces, podríamos decir que la luz es absolutista. Que en el lugar donde hay un árbol y podemos verlo, ese árbol es tanto o tan poco como nuestros ojos nos permiten. Mientras que la oscuridad es más flexible. La oscuridad nos permite construir ese árbol de la manera que queramos. Quizás, negar la razón es más fácil cuando la razón no tiene nada de que agarrarse. Cuando la vista, su aliado, pierde todas sus capacidades.
No lo sé. Todavía no tengo nada en claro. Por lo pronto, aprendí a dejar ir ciertas cosas. O por lo menos a olvidarme de ciertos sentidos. Optar por apagar la luz un rato y despegarse de todas las estructuras que te atan a la realidad. A esa realidad que no es más que el reflejo de la luz en las cosas. Porque al fin y al cabo, la realidad es eso. El reflejo de la luz sobre las cosas. ¿Acaso alguien sabe como son las cosas, cuando no reflejan luz? No sé, vamos a imaginar.